Buscamos educar

Como centro educativo agustiniano nos caracterizamos por sostener una filosofía cristiana de la educación y una concepción global del individuo, considerado en su dimensión personal y comunitaria.

Buscamos educar para la interioridad, para la autoconciencia. Nadie entiende al hombre que hay en otros, si no entiende al que reside en sí mismo. Para San Agustín el “conócete a ti mismo” es un supuesto indispensable para comprender y amar a los demás. El acento de nuestra educación recae en la estimulación del bien latente que existe en cada ser humano; toda persona desea en lo profundo de su ser el Amor, la Verdad, la Paz, la Felicidad, un sentido profundo para su existencia. La meta orientadora de nuestro quehacer pedagógico es siempre ese hombre interior, capaz de autoconciencia, autodeterminación y autorresponsabilidad.

Nuestra pedagogía

Nuestra pedagogía busca una educación integral que oriente a descubrir el sentido de la vida humana. El alumno es el centro y el horizonte de nuestro proyecto educativo, para esto promovemos instancias que lo inviten a recorrer caminos de autoconocimiento. Promovemos su crecimiento emocional, social y cognitivo, en un entorno cálido y seguro que le permita desarrollar habilidades para la vida y placer por aprender.

Buscamos el enriquecimiento global de nuestros alumnos a través del pensamiento crítico, para promover el análisis y la reflexión personal y comunitaria, alentando el trabajo en equipo y la elaboración de proyectos centrados en los valores de amistad, amor, verdad, interioridad, libertad y solidaridad.

Las dos dimensiones del hombre a las que hacemos referencia, la persona y la comunidad, presuponen actitudes que marcan nuestra identidad:

• Capacidad de diálogo y aceptación mutua en un ambiente libre y liberador de la persona.

• Voluntad de adaptación a los tiempos y de sensibilidad ante los problemas del otro.

• Clima de cercanía y amistad que favorece el respeto y la apertura a lo comunitario.

Testimonio de la propia vida como base de toda pedagogía.
El orden y la exigencia no son un fin en sí mismos. La excelencia que se quiere lograr no es aquella que conduce, competitivamente, a ser el mejor, sino la que nace de la posibilidad de disponer de los medios necesarios para que cada uno pueda dar lo mejor de sí. En este sentido, la excelencia que pretendemos es un verdadero estímulo para aprender y crecer.

«Para lograr su madurez, el hombre necesita un cierto equilibrio entre estas tres cosas: talento, educación y experiencia.»
San Agustín, La Ciudad de Dios, 11,25