Carisma y Espiritualidad de la orden de san agustín
Consciente o inconscientemente, tendemos de modo continuo e insaciable a Dios para gozar del bien infinito con que se sacie nuestro deseo de felicidad, porque nos hizo para Él y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él. Así, nuestra principal dedicación común es buscar a Dios sin límites, ya que sin límites debe ser amado. Pero no podemos buscar juntos a Dios sino en Cristo Jesús, Verbo que se ha hecho carne por nosotros para hacerse camino, verdad y vida para nosotros, de modo que, comenzando por la carne visible, seamos llevados al Dios invisible. La oración personal y comunitaria, el estudio y cultivo de la ciencia, la investigación sobre la realidad actual y la misma actividad apostólica son dimensiones necesarias en esta búsqueda, que nos acerca a las preocupaciones de nuestra sociedad. En efecto, nada humano nos es ajeno, sino que nos implica más en el mundo, ámbito del amor de Dios (cf. Jn 3,16) y del encuentro con Él.
Comunión de vida
El amor proviene de Dios y a Dios nos une, y mediante este proceso unificador, superado lo que nos separa, nos transforma para que seamos uno, hasta que al final Dios sea todo en todos (cf. 1Co 15,28). Por eso, la comunión de vida, que Agustín nos propone a semejanza de la primitiva comunidad apostólica (cf. Hch 2,42-47), es un cierto anticipo de la unión plena y definitiva en Dios y camino hacia ella. Aunque esta “santa comunión de vida” entre los Hermanos sea un don de Dios, sin embargo cada uno de nosotros debe tender con todas sus fuerzas a perfeccionarla, hasta llegar a la unidad en el amor, que permanecerá en la ciudad celestial, compuesta de muchas almas: esta ciudad “será la perfección de nuestra unidad después de esta peregrinación”. De ella, pues, traten de ser signo nuestras comunidades en la tierra, teniendo presente el modelo de la perfectísima comunidad de la indivisa Trinidad.
Servicio a la Iglesia y evangelización
Siguiendo las huellas de san Agustín, el amor a la Iglesia nos lleva a mostrarle una total disponibilidad para socorrerla en sus necesidades, aceptando con prontitud las tareas que nos pide, según el carisma de la Orden. Recuerden los Hermanos que esta disponibilidad al servicio de la Iglesia constituye una de las características esenciales, que distingue nuestra espiritualidad. Además, estando abiertos al mundo, nos sentiremos solidarios con toda la familia humana e implicados en sus avatares, atentos sobre todo a las necesidades de los pobres y de los que padecen gravísimos males, sabiendo que cuanto más estrechamente estemos unidos a Cristo, tanto más fecundo será nuestro apostolado.